Jericó, Palestina y Tel-Aviv, Israel

El siguiente día tras un desayuno generoso vamos a la estación de buses con la idea de ir a Jericó, Palestina, y no cabemos en nuestro asombro cuando la responsable de información dice no saber dónde está y que no tiene ni idea. Nos dice que miremos en una puerta de la estación. Allí los jóvenes militares nos preguntan a donde vamos y cuándo conocen nuestro destino nos dicen que no está bien, que no es un buen sitio.

Es nuestra primera y última mala experiencia. Está claro que hay un problema enquistado con los palestinos y no quieren que vayamos allí. El tema es todavía más absurdo cuando comprobamos que ellos no tienen acceso, y sus leyes les prohíben acceder, por lo que ni siquiera saben de lo que hablan.

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El bus nos para en un punto desde el que toca caminar, puesto que nuestro transporte ya no puede avanzar más. Caminamos dos kilómetros y accedemos al checkpoint palestino, donde al rato un policía musulmán que ni se levanta del asiento nos saluda con la mano. Ni se acerca a preguntar nada ni nos pide el pasaporte. Accedemos a la ciudad, y caminamos varios kilómetros hacia la antigua Jericó. Quedan ruinas, y siluetas de calles. La ciudad tiene más de 12.000 años, y es considerada la ciudad más antigua del mundo, pero para el turista que no tiene guía tiene poco interés. Nos reímos porque el recinto tiene unas cuerdas para delimitar la antigua ciudad del camino que todo el mundo atraviesa, y vemos dos perros bravos entre las ruinas que descansan a la sombra. No parece importar mucho a nadie.

Al lado hay un telesférico que te lleva al Monte de las Lamentaciones, pero el precio nos parece tan abusivo, que no mostramos interés en subir. Caminamos de vuelta hacia la ciudad “nueva”, comiéndonos una manzana que teníamos en la mochila y nos paramos en un restaurante repleto de gente local y algún turista. Siguiendo las técnicas elaboradas de los árabes, nos dice que por supuesto tienen carta, nos sienta en una mesa, nos coloca el mantel y los cubiertos, y luego nos menciona varios platos sin dar ningún precio. Tenemos que insistir para saber cuánto cuesta, y al darnos un precio poco razonable tenemos que amenazar con irnos para que automáticamente el precio baje a la mitad. Nos sentamos riéndonos y pensado: ¡esto ya es otro mundo!

En la calle un conductor de taxi compartido bromea con nosotros y nos dice que el viaje de vuelta es completamente distinto porque ahora son los palestinos los que no tienen acceso a muchos sitios y tenemos que hacer el camino de vuelta de modo distinto. Un chico que trabaja en una fábrica de cementos viene y nos pregunta qué tal nos sentimos en Palestina y se interesa por nosotros. Nos dice que la próxima vez nos quedemos a dormir allí. Se nos juntan dos chicas alemanas que hablan buen español puesto que han vivido en latinoamérica y riendo con ellas volvemos a una ciudad desde la que efectivamente enlazamos con otros bus que nos lleva a Jerusalén. Vemos de nuevo como los militares israelís nos piden el pasaporte, en este caso a todos, pero no nos hacen mayor caso. Hablan poco y mal inglés, cosa poco frecuente.

Como el bus nos deja en la zona musulmana de la ciudad nos damos una vuelta grande por esta zona y preguntamos el precio de un hotel. Nos dicen que cuesta 250 shekels, que frente a los 180 que pagamos en el hostel por dormir en una habitación con otras 10 personas, no está mal. Nos promete una ambiente palestino único y nos comenta que también hace tours. Podría haber sido interesante conocer qué ofrecen y desde qué perceptiva nos lo cuentan los palestinos, pero ya estamos en nuestro último día en esta ciudad. Accedemos por tercera vez a la ciudad vieja y volvemos a caminar por el barrio musulmán, el judío  y el cristiano. Siempre accedemos por zonas nuevas y descubrimos nuevas callejuelas, lo que nos sigue fascinando.

Al lado de la puerta de Jaffa nos quedamos viendo un concierto, y lo vamos empalmando con otro que tenemos a 50 metros. ¡Menudo lujo!

Cenamos en un restaurante elegante donde pagamos unos 15 euros cada uno y vamos a dormir.

El siguiente día desayunando conocemos a unos madrileños de nuestra edad que han estado en Jordania, y nos comentan que han querido abarcar mucho y que han apretado poco. Uno de ellos comenta que suele venir a Gaza y Cisjordania con frecuencia, y que tiene amigos judíos en Madrid que se alegran mucho de que venga a Israel. Lo que no tiene valor en contarles es que vuela a Israel, pero su trabajo está en Palestina. Nos asegura de que no pueden terminar de entender esto, y que a pesar de ser muy buena gente y muy inteligentes y trabajadores hay cosas que superar todavía.

Nos da la sensación de que podíamos compartir mucho con ellos, pero nos toca volver a Tel-Aviv. Yendo hacia la Estación de buses damos con un «sherut» (aunque como los conductores eran árabes no podemos mencionar esa palabra hebrea), que nos lleva a un precio razonable a la capital del país. Nuestros acompañantes son belgas y nos confiesan que estaban en el aeropuerto de Bruselas una hora antes de las explosiones y el atentado reciente en su país. La madre de la chica es española y habla buen español. Su acompañante es un profesor de “religiones”, esto es, explica la importancia de las mismas en sus clases. Trata de transmitir valores como el respeto mutuo a través del conocimiento. Él ha viajado mucho a Israel antes y después de ser profesor, y lo conoce todo al dedillo. Nos cuenta donde se aloja, lo que ha pagado por las cosas y ríe contándonos que siempre compra café árabe, y que en una ocasión le tuvieron 30 minutos de interrogatorio en el aeropuerto por este hecho. Nos cuenta algo que habíamos olvidado de lo que nos comentó María, que hay unas tumbas que rodean la única puerta cerrada de la ciudad amurallada de Jerusalén. Hay tumbas musulmanas que están muy cerca, pero que aunque las judías están más lejos están perfectamente orientadas hacia la puerta. La tradición cuenta que la resurrección vendrá cuando se abra esa puerta, y los judíos ya se han apuntado el tanto para verlo los primeros. Muy inteligentes los judíos.

Una vez en Tel-Aviv caminamos hacia la casa de Kostya, y tan acogedor y amable como siempre nos pregunta sobre nuestra experiencia. Él mismo nos gestiona el taxi para el aeropuerto para siguiente día, es Sabath y vuelve a no funcionar nada.

Caminamos hacia la zona de las playas y nos bronceamos paseando lentamente disfrutando de los 26 grados y el sol reluciente. Comemos y cenamos de lujo sorprendiéndonos de nuevo con la obsesión por la comida sana y mediterránea. Descubrimos un centro repleto de gente joven, que se cuida, hace deporte y come bien. Volvemos por la noche a casa temprano porque toca levantarnos temprano el siguiente día.

La ruta de vuelta va de maravilla. La policía nos pregunta sobre nuestras intenciones en el país y si conocíamos a alguien, y de nuevo Moran nos abre todas las puertas sin mayores preguntas ni molestias. Una ciudadana israelí nos confiesa que podemos introducir agua en el aeropuerto, que los sistemas que tienen son tan avanzados que detectan si contienen explosivos o no.  Una vez en la puerta de embarque comprobamos que sale una hora tarde, aunque como nos proporcionan internet gratuito e ilimitado la espera es más placentera.

Tras llegar a Barcelona nos recibe Javi, nuestro amigo catalán que junto con su pareja Sandra nos miman en su casa. Son veganos y los conocimos en Tailandia. Se pasan largas temporadas en las que mientras trabajan viajan. Son freelance y trabajan por internet. A veces los envidiamos un poco. Creemos que son gente con las cosas claras en la vida y con una actitud muy positiva. Tenemos mucho en común, y eso nos hace disfrutar y sintonizar siempre.  Son gente que siempre nos aporta y nos carga las pilas. El siguiente día por la mañana nos llevan a un parque a Sabadell a una fiesta del Holi, la fiesta india del color. Era la sorpresa que nos tenían preparada.

A la vuelta en el coche se vienen con nosotros un profesor de inglés de Pamplona que hace poco se pidió una excedencia de un año y viajó por todo el mundo y una alumna canadiense de la Universidad de Navarra. La alumna tiene rasgos orientales y nos cuenta que sus padres son de Hong Kong. El profesor practica el inglés con ella hasta que nos ponemos a hablar en castellano tan rápido que ella se cansa y se duerme profundamente durante horas.  Por la noche llegamos a Pamplona, cansados pero felices pensando cuánto hemos disfrutado y dónde será el próximo viaje. Hasta la próxima.

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